Frank Sherwood Rowland, el Nobel que avisó al mundo

Artículo por Jesús Santamaría, catedrático de Química Física y miembro de la Real Academia de Ciencias.

Frank Sherry Sherwood Rowland (Delaware, EE UU, 1927), premio Nobel de Química en 1995 por demostrar que los clorofluorocarburos (CFC), utilizados en los sistemas de refrigeración y como propulsores de los sprays, eran letales para la capa de ozono que protege la vida en la Tierra, murió en California el pasado sábado 10 de marzo de 2012 a la edad de 84 años.

Frank Sherwood Rowland, premio Nobel de Química en 1995. / AP

Frank Sherwood Rowland, premio Nobel de Química en 1995. / AP

Compartió dicho premio con su colaborador, el mejicano Mario Molina, y con el holandés Paul Crutzen.

Realizó su tesis doctoral en la Universidad de Chicago dirigido por Bill Libby (Nobel de Química en 1960 por poner a punto la técnica de detección con carbono-14) y entre sus maestros tuvo a científicos tan descollantes como Harold Urey, Edward Teller, Maria Goeppert-Mayer o Enrico Fermi. Sherwood Rowland fue uno de los fundadores en 1965 del campus de Irvine de la Universidad de California (UCI).

Como experto en Cinética Química y Fotoquímica, tras estudiar las reacciones químicas de trazadores radiactivos (tritio, carbono-14, e isótopos de flúor y cloro), en 1974 se interesó, junto con Mario Molina, por el efecto de la acumulación creciente, como producto de la actividad humana, de los CFC, compuestos no tóxicos, muy poco solubles en agua y muy estables en la troposfera, con un tiempo de vida de cerca de 100 años. Rowland y Molina demostraron que solo pueden ser destruidos por la fotolisis solar en la estratosfera, iniciando un ciclo que llevaba a la destrucción de la capa de ozono, que nos protege de la radiación ultravioleta y hace posible la vida. Se necesita una visión global para seguir, en frase de Rowland, “la evolución de los CFC desde la cuna, en la superficie terrestre, hasta su tumba en la estratosfera”.

Las predicciones de Rowland y sus colaboradores fueron confirmadas por el descubrimiento, en 1985, de la aparición estacional, durante la primavera austral, de un agujero de ozono sobre la Antártida. El proceso químico ha resultado ser más complejo que el previsto originalmente, estando implicadas en él otras reacciones sobre superficies en partículas sólidas de las nubes estratosféricas polares. Estos hechos condujeron a que la humanidad tomara conciencia de la unidad y límites de nuestra casa común: los protocolos de Montreal (1987) y Copenhague (1992) dispusieron, respectivamente, la reducción y suspensión definitiva de la fabricación de los CFC.    Leer más de esta entrada